martes, 27 de octubre de 2009
Muy mala actuación
Ortega jugó uno de los peores clásicos de su vida: le atajaron un penal, ni pesó y perdió la pelota que terminó en el 1-1. Ah, por una simulación sacó a Cáceres. Almeyda camina la cancha. Capta imágenes, las guarda todas en su disco rígido. Boca todavía no abandonó el vestuario. Busca algo el Pelado, a alguien, mejor dicho. Hasta que finalmente lo encuentra. Llama a un fotógrafo, lo abraza a Ortega, con la popular pintada de rojo y blanco al fondo, y ahí ya tiene la instantánea que cualquier hincha de River querría. El Burrito es eso. El último ídolo, lejos, tal cual lo define Matías.Y lo seguirá siendo a pesar de que haya jugado uno de los peores superclásicos de su vida, por más que las distintas secuencias de ayer, inevitablemente, lo encaminen hacia unos silbidos que son inaudibles.El Burrito jugó con la estatua a cuestas. Esa que tantas veces le sirvió para sacar chapa, para ganar partidos con el apellido y la magia intacta, esta vez fue como una montaña en su espalda. Y ese peso, justamente, no fue proporcional al que tuvo Ariel en el partido. Perdido, ido, fastidioso de a ratos, impreciso casi siempre, desganado, sin chispa. Pidió todas las pelotas, como es habitual en los momentos de fuego, pero en esta oportunidad nadie tenía la garantía de que la cuidaría, de que de la nada inventaría la última sonrisa del clásico. Esta inagotable máquina de generar emociones fue de los rostros más tristes del domingo. Y eso que estuvo a sólo 11 metros de la primera alegría. No pasó inadvertido, por supuesto, Ortega nunca pasa inadvertido. Aunque ya quede lejos, el grito se le asomó en ese penal que le atragantó Abbondanzieri. Lo consoló enseguida Gallardo, primero con una caricia en la cabeza y luego con otra al ángulo del Pato. El jujeño fue el primero que llegó para ahogar al Muñeco entre abrazos, para desahogarse, también él, después de su tropezón. Pero en ese entonces el 10 y su rendimiento ya viajaban por un tobogán enjabonado. Sus piernas, no bien empezado el segundo tiempo, no respondían al ritmo que carburaba su cabeza y, por distintas razones, sin una paralítica, igual pedían el cambio al mismo tiempo que lo hacía el capitán. Sólo su picardía podía salvarlo y así fue en busca del que dejó toda astucia en Asunción. La pica con Cáceres viene de hace rato y Ortega lo volvió a tomar de punto, lo midió, desplegó el manual del mejor Norman Briski y lo sacó de la cancha. Como si fuera consecuencia del plus que suele escupir en las malas, los cuatro minutos más cerebrales de Ariel fueron los que River jugó con uno menos. No le dio para más. En mitad de cancha perdió la bola que terminó en el arco de Vega y al toque le dejó la cinta a Almeyda, que como todos, que pese a todo, seguirá entonando el "Orteeega, Orteeega".
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