Ante todo, que quede claro: esta crónica ya fue escrita. Un millón de veces la habrás leído y un millón de veces compraste el diario por esto, sólo por él. Ortega se plagia a sí mismo, pero nunca cansa. Ortega confiesa que llora cuando está solo, pero hace llorar cuando lo rodea una multitud. Ortega es una inagotable máquina de generar emociones, es un hombre destinado a las grandes historias, a un guión épico, para los elegidos. ¿O acaso sólo Palermo merece una película?Esta escena termina con un River que empata y con un Burrito que es el principal triunfador. Es una caricia más en su exhaustiva lucha contra lo que todos saben. El lo sabe y Almeyda también. Por eso, cuando se encaminan rumbo al vestuario y la platea San Martín explota con el "Orteeeega, Orteeeega", el Pelado levanta sus brazos pidiendo que no afloje ese grito que fue de guerra en épocas de exilio. Ahora, el 10 está en el lugar donde es feliz, donde hace feliz a tantos, donde ya tiene comprado y nadie podrá sacarle el traje de héroe, de San Salvador de Jujuy.¿Que cualquiera mete un gol a centímetros de la línea? Puede ser. Pero no un gol así. Porque no cualquiera está ahí en el segundo minuto de descuento. Ortega sí y eso lo hace distinto. Es él quien la empuja, quien vuelve a sonreír después de tantas pálidas, de 90 y pico de minutos a cara de perro. Porque hasta su gol, Ariel estuvo más metido en el roce que en los chiches. Discutió con Braña, también con Desábato y hasta taló a su amigo Verón. "Se luchó mucho pero con lealtad. Estudiantes es un gran equipo, por algo va al Mundial de clubes, pero nosotros nunca bajamos los brazos y siempre fuimos en busca del empate. Por suerte llegó", contó el Burrito, quien no jugaba de titular desde el 28 de octubre (2-0 a Argentinos) y hacía más de dos meses que no completaba un partido (0-1 ante Arsenal). Y éste, como para darle más razones de existir a la película, era el 300 de su carrera en clubes argentinos, es decir, contando los de Newell's.Pensar que hace apenas un mes Ortega no descartaba colgar las botas. Y ahora vuelve a festejar, grita por segunda vez en el torneo, en el epílogo como con Chacarita (toque mágico del 4-3) y nuevamente recibe el abrazo del viejo en el vestuario. "Siempre quiero meter un gol, pero hacerlo sobre el final es una sensación única. Igual, la emoción es de todos: dejamos el alma", explica. -¿Te querías abrazar con todo el mundo?-No, si estaba fusilado...
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