Con dos toques mágicos, Ortega les dio aire a River y a su DT. Asistió al Keko y puso el 4-3 para cambiar el humor del Monumental.
De pie. Esta crónica se escribe así. Hasta los neutrales levantan los talones cuando el hombre eterno, a los 41'21'', se dispone a crear. El bochazo de Mauro Díaz está en el aire. Y Ariel Arnaldo Ortega, preparado para el engaño. Ni siquiera se toma un segundo cuando la pelota, como un imán, se le va acercando. La deja picar. Saca de la chistera una especialidad bien suya: la emboquillada. Y precipita otra: el gol, la emoción absoluta.
Es imposible evitar la exasperación así como sustraerse de lo que pasa en ese instante en que el Burrito vuelve a transformarse en el San Salvador de Jujuy. Salva del calvario a River, a varios de sus compañeros y mas que nada a un técnico que teclea en sus contradicciones. Convierte un eventual papelón en triunfo. Cambia los humores de un absorto Monumental.
Lo hace mientras lleva en sus manos la 10, emblema que, además de definirlo, revolea a los cuatro puntos cardinales ("a veces hay que vender humo", dice). Pero no vende humo. Simplemente no tiene ganas de ponerse la camiseta. Así exhibe bíceps livianos de gimnasio. Ningún complejo. Si los músculos que acaba de usar están en su pierna derecha. O más bien en el costado izquierdo de su pecho.
Pero Ortega no sólo resucita al mejor Ortega en ese minuto decisivo. También, un rato antes. Apenas le dan la cinta de capitán reacciona como en sus tardes épicas. Ya no se preocupa por acomodarse las medias. Se guarda el fastidio del inicio. Es momento en que la pelota es una brasa. A él no le quema.
Vega lo advierte. Le tira un pelotazo exigido. El Burrito controla un rechazo y encara. Hace una pausa buscando que le pique algún compañero. Bienvenido Daniel Villalva. Con un pase quirúrgico, entre líneas, lo pone de cara a Tauber. Y Keko, alter ego al que él mismo jujeño declaró como el Ortega del mañana, define como un nativo de Ledesma.
Ortega juega dos partidos. Uno dura el primer tiempo y un poco más. El otro es el que comienza cuando se da cuenta de que el equipo es suyo. Primero aparece con intermitencias. El 4-2-3-1 inicial no dura mucho. El Burro va de punta. De a ratos baja porque de espalda al arco pierde más de lo que gana. Y quiere ganar arriesgando. En esa fase falla en su afán de cambiar el ritmo con pases de primera. Le grita a Barrado para que no saltee el medio con pelotazos. Con Gallardo de lanzador y Buonanotte rompiendo por afuera, le queda poco margen de acción. Pero después, justo tras la salida de Gallardo, se afirma como el director de orquesta de los Dieguitos, Mauritos, Kekitos y todos los itos que usa Gorosito. Hay desorden. Sin embargo, las partes resultan más que el todo. Una parte esencial es Ortega, que busca a Buonanotte como en el Clausura 08. Se entusiasma con los otros enanos. Keko Villalva le mete un centro rasante que podría haber sido el 4-3. Mejor que no entra. El relato de la vaselina no hubiera sido posible.
De aquel nostálgico destierro en Mendoza a este presente hay más de 1.000 kilómetros de diferencia. En Núñez, como él dice, se siente Superman (y Batman, y Robin, y el Hombre Araña). "Fue el único héroe en medio de este lío", reza una bandera que flamea el sentimiento de miles de hinchas, testigos de otra proeza orteguiana.
¿Está para jugar seguido en este nivel? ¿Podrá rescatar al equipo del pozo ciego en el que entró tras su exilio? Sí. Ariel Arnaldo Ortega es el tipo que más unanimidad genera en la piel del hincha de las últimas generaciones. Le prestó un poco de ese capital a Pipo. Unánimemente, es un iluminado.
martes, 1 de septiembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
HOLA :SOY SERGIO T FELICITO POR EL BLOGG SEGUI ASI.AGUENTE EL BURRO.TE DEJO MI BLOGG EL-MILLO.
Publicar un comentario